Durante una década, los smartwatches dominaron el mundo de la tecnología “vestible”. Se convirtieron en el estándar para medir pasos, sueño, ritmo cardiaco y recibir notificaciones sin sacar el celular. Pero ese monopolio empieza a desdibujarse: una nueva generación de dispositivos ultraportables —los smart rings o anillos inteligentes— está conquistando a quienes buscan funciones avanzadas sin cargar un aparato visible en la muñeca. Modelos como el Oura Ring, el Ultrahuman Ring y el recién llegado Samsung Galaxy Ring están cambiando la conversación. Más que competir con los relojes, ofrecen una alternativa que combina precisión biométrica con comodidad y discreción.
La tendencia tiene una lógica sencilla: los anillos están en contacto constante con la piel y los vasos sanguíneos de los dedos, lo que permite obtener mediciones fisiológicas más estables. Por eso varios estudios independientes ya sugieren que estos dispositivos pueden medir el sueño, la variabilidad cardiaca (HRV) y la temperatura con una consistencia comparable, e incluso superior, a la de muchos relojes de gama media. Para usuarios que buscan métricas de bienestar —fatiga, ciclos de recuperación, estrés, preparación física o predicción del sueño— el smart ring resulta especialmente atractivo.
La comodidad es uno de sus puntos más fuertes. A diferencia de los relojes, no estorban al dormir, no generan marcas en la muñeca, no pesan y no requieren una pantalla que distraiga. Su batería suele durar más: de cuatro a siete días por carga, dependiendo del modelo, superando a muchos relojes que apenas rozan los dos días con uso intensivo. Además, al no tener pantalla, se dañan menos y son más resistentes al agua, sudor y golpes cotidianos.
El diseño también influye en su popularidad. Mientras el smartwatch delata al instante que alguien lleva tecnología encima, los anillos inteligentes pasan desapercibidos: parecen joyería minimalista. Esto les da un poder social particular: permiten monitorear salud y recibir notificaciones sin anunciarlo. Para quienes buscan profesionalismo en la oficina o elegancia en eventos formales, el anillo es una alternativa más sutil que un reloj con pantalla encendida.
Las notificaciones discretas son otro punto clave del auge. Aunque los anillos no pueden mostrar mensajes completos, ofrecen vibraciones suaves para alertar sobre llamadas, alarmas o recordatorios. Es una interacción menos invasiva: el usuario decide cuándo mirar el celular sin estar revisando la muñeca cada cinco minutos.
Sin embargo, no todo es ideal. Los smart rings tienen limitaciones claras frente a los relojes: no muestran apps, no permiten contestar mensajes, no tienen GPS propio y su capacidad de controlar funciones del teléfono es reducida. Son dispositivos centrados en la salud, no en la productividad. La pregunta, entonces, es si el público está dispuesto a sacrificar funciones por comodidad y discreción. Las ventas crecientes indican que sí.
La privacidad es otro tema relevante. Al ser aparatos siempre en contacto con datos biométricos sensibles, los anillos dependen de ecosistemas cerrados y suscripción a plataformas de análisis. Los usuarios, cada vez más conscientes de cómo se manejan sus datos, valoran empresas transparentes con políticas claras sobre almacenamiento, cifrado y uso de información. En este punto, los smart rings obligan al sector a madurar: ya no basta con medir el sueño, hay que explicar cómo se procesan esos datos.
Lo que está ocurriendo hoy recuerda al salto del reloj tradicional al smartwatch. Pero esta vez, la transición no es hacia más funciones, sino hacia menos: una tecnología más silenciosa, más íntima y menos visible. Para muchos usuarios, esa simplicidad es exactamente lo que buscaban.
Los smart rings todavía no reemplazan por completo a los relojes, pero sí están transformando la ecuación. El futuro de la tecnología vestible podría ser más pequeño, más elegante y más invisible. Y en ese escenario, los anillos inteligentes llevan una ventaja clara.















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