Ambulantaje en CDMX: la economía que desborda las banquetas

Las calles de la Ciudad de México vuelven a contar su propia historia: la del comercio informal que no cabe en los programas ni en los reglamentos. En avenidas como Reforma, Eje Central y el Centro Histórico, el ambulantaje se multiplica día y noche. Donde antes había espacio para caminar, ahora se levantan carpas, lonas y puestos improvisados que venden de todo: tacos, calcetas, celulares, ropa, dulces, juguetes, cargadores y hasta perfumes “de imitación”.

El fenómeno no es nuevo, pero sí más visible. En los últimos meses, las redes sociales se llenaron de videos donde peatones sortean pasillos estrechos, automovilistas se quejan del caos vial y comerciantes formales denuncian la competencia desleal. Algunos hashtags como #NoAlAmbulantaje o #BanquetasLibres se han vuelto tendencia, mostrando imágenes de las aceras colapsadas y de operativos fallidos que apenas duran unas horas.

En pleno corazón del Zócalo, durante la Feria Internacional del Libro, el contraste fue evidente: entre estands culturales y presentaciones literarias, los puestos de fritangas y souvenirs ocuparon parte del perímetro. Turistas y asistentes convivieron entre las letras y el olor a aceite, mientras la conversación digital giraba hacia el mismo punto: ¿cómo conciliar la tradición del comercio popular con la necesidad de orden urbano?

De acuerdo con estimaciones de organismos locales, casi seis de cada diez trabajadores en la ciudad laboran en la informalidad. Muchos lo hacen por necesidad, no por elección. El ambulantaje sostiene a miles de familias, pero también alimenta estructuras opacas: cobros por derecho de piso, clientelismo político y redes de control que operan desde hace décadas bajo distintos gobiernos.

Durante la actual administración, encabezada por Clara Brugada, se prometió una regulación “con enfoque social”, pero los resultados son aún difusos. Los operativos en el Centro Histórico se topan con resistencia y con el dilema de fondo: desplazar a los vendedores implica quitarle el sustento a quienes viven al día. Y esa ecuación, en una capital tan desigual, nunca es simple.

Analistas urbanos advierten que el aumento del ambulantaje no solo refleja desorden, sino una crisis de empleo formal y de acceso a vivienda digna. En colonias como Doctores, Tepito o Guerrero, el comercio en la calle es la única alternativa ante rentas imposibles y trabajos precarios. La pandemia dejó cicatrices económicas que todavía se sienten, y para muchos, vender en la vía pública fue la única salida.

Sin embargo, el desborde trae costos. El tránsito peatonal se reduce, los espacios públicos se deterioran y el turismo cultural —clave para la economía local— pierde atractivo ante el desorden visual y la saturación de calles. Los propios vendedores reconocen que hace falta una reorganización: “No queremos que nos quiten, queremos que nos acomoden”, repite una frase común entre ellos.

Entre tanto, las autoridades insisten en buscar un equilibrio. Se plantea reubicar puestos, formalizar cooperativas y ofrecer permisos rotativos. Pero la tarea es titánica. Regular sin reprimir, incluir sin colapsar, parece el reto más complejo de una metrópoli donde el trabajo informal forma parte del paisaje, tanto como los murales o los puestos de tacos al pastor.

El ambulantaje, al final, es un espejo de la ciudad: caótico, creativo y resiliente. Lo que para unos es invasión, para otros es supervivencia. Y mientras se discuten políticas y operativos, la vida sigue en las banquetas, entre el pregón del vendedor de aguas, el humo de los anafres y el bullicio que recuerda que la CDMX, con todo y sus contradicciones, sigue latiendo al ritmo de su propia economía callejera.

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